ANEURISMA DE LA AORTA TORACICA
Habitualmente pasan inadvertidos durante algunos años debido a la carencia de síntomas definidos. Es evidente que su sintomatología dependerá de su ubicación y tamaño y así, por ejemplo, podrá causar dolor por erosión sobre las regiones vertebrales o costales adyacentes o un latido en el hueco supraesternal cuando se sitúe en el cayado aórtico o solamente precordialgias nada específicas. En más de una oportunidad el hallazgo se realiza por un examen radiológico de rutina. Apreciada la dilatación, el estudio se complementará con una ecografía transesofágica que puede combinarse -para definir la presencia de trombos dentro de la dilatación aneurismática- con eco-Doppler color y la importante ayuda de la TAC. Con la tomografía computarizada se determina el comienzo y la extensión del saco aneurismático, la presencia de trombos, su eventual fisura y la relación con los órganos vecinos. La resonancia magnética puede definir aún más la imagen del aneurisma que, en algunas ocasiones, la simple radiografía logra por la calcificación de sus paredes.
En su crecimiento, el aneurisma puede desplazar y comprimir las estructuras vecinas y originar una variada sintomatología en distintos aparatos: disnea, tiraje y cornaje, tos seca, atelectasia, si lo hacen en el respiratorio; disfagia en el digestivo; síndrome mediastínico si afectan la vena cava superior, y voz bitonal y ronquera si el comprometido es el nervio recurrente izquierdo.
Existen dos eventualidades de riesgo generalmente fatales en la evolución natural de un aneurisma torácico: la formación de trombos en su cavidad y la ulterior movilización de los mismos, y la rotura. Con respecto a esta última, puede efectuarse en el saco pericárdico y ocasionar taponamiento cardíaco por hemopericardio, en la cavidad pleural y más raramente en la región retroperitoneal, en sendos últimos casos con shock mortal por hipovolemia. La tráquea y el esófago no están exentos que, por erosión, sufran la descarga volémica con las características signológicas de hemoptisis y hematemesis, habitualmente terminales.
ANEURISMA DE LA AORTA
ABDOMINAL
Es una enfermedad del hombre senil y, generalmente, con hipertensión arterial. Son los de localización más frecuente y algunas estadísticas les asignan el 80 % del total. Se sitúan casi siempre por debajo de las arterias renales lo cual mejora su reparación quirúrgica. Dan menor cantidad de síntomas que los torácicos y habitualmente se descubren en los exámenes clínicos de rutina, sobre todo si el paciente es delgado.
Los síntomas más frecuentes son las algias erráticas difíciles de especificar por parte del enfermo, lumbalgia con irradiación a los genitales, varicocele por compresión venosa, etc.
El médico que examina el abdomen deberá reconocer el carácter pulsátil de los mismos pero en sentido lateral, otorgándole un sentido expansivo si es que se lo puede apreciar con la pinza índice-pulgar. Si la exploración no es minuciosa se puede confundir con el latido habitual de toda arteria.
Los métodos de exploración son similares a los del aneurisma torácico y, aquí también, la calcificación del saco aneurismático puede dibujar su contorno en la radiografía simple de abdomen. La magnitud de la zona permeable del vaso puede obtenerse por la arteriografía clásica o de sustracción digital.
El aneurisma de aorta abdominal evoluciona siempre hacia su rotura en plazos variables pero que, una vez diagnosticados, pueden no pasar de dos años. Generalmente ésta se produce en el espacio retroperitoneal izquierdo, aunque puede hacerlo en la cavidad abdominal, en el tubo digestivo o en la vena cava inferior, y origina un dolor intensísimo que acentúa el shock hipovolémico, casi siempre irreversible.
DISECCION AORTICA
La disección aórtica o hematoma aórtico es la irrupción, a través de la íntima, de la sangre en la pared del vaso (en la capa media), de donde puede expandirse en ambos sentidos. Ha quedado atrás la denominación de aneurisma disecante de la aorta, efectuada por Laënnec, debido a la ausencia o escasa dilatación aórtica. Afecta casi siempre al hombre (90 % de los casos) hipertenso en la edad madura, es decir por arriba de los 40 años. La necrosis quística de la capa media, afección congénita, es una comorbilidad importante; también pueden ocasionarla los traumatismos (abiertos, cerrados o yatrogénicos, como el cateterismo) y son factores coadyuvantes la coartación de aorta y el embarazo.
Las zonas preferidas por la afección son el cayado aórtico y la aorta ascendente.
La sintomatología es variable aunque el dolor es el síntoma dominante: intenso, retroesternal y transfixivo; cambiando su ubicación, puede irradiarse al cuello, a la zona lumbar y a los miembros inferiores, donde es dable comprobar la ausencia de pulsos en una o en ambas arterias femorales.
La ecografía transesofágica, la TAC y la RNM constituyen procedimientos elementales para el diagnóstico de la disección aórtica. Cuando se presume la posibilidad de cirugía se debe completar el diagnóstico con una angiografía.
Un 15 % de los pacientes sobreviven y evolucionan en forma favorable. En esas condiciones, el control estricto de la presión arterial puede ayudar a que el cuadro no recidive o se complique. Otras estadísticas señalan que la mortalidad es del 90 % a los tres meses del evento. La reparación espontánea consiste en la obliteración natural de esa falsa luz del vaso o que, así como la íntima permitió la entrada de sangre a la pared arterial, le de oportunidad a volver a su cauce (aorta en doble caño de escopeta). La muerte acaece por la rotura de todo el vaso o por el compromiso de arterias significativas, como pueden ser las renales o la mesentérica superior o las carótidas, afectadas por el hematoma. La semiología, con esas perspectivas, será variable: síntomas neurológicos (hemiplejía, paraplejías), claudicación de los miembros inferiores y menos frecuentemente de los superiores, etc.